martes, 2 de junio de 2009

El Cordobazo y los jóvenes.


20/05/2009

el-cordobazo

En estos días se cumplen cuarenta años de la histórica insurrección popular que hirió de muerte al Onganiato, marcando una de las más profundas inflexiones en la historia del siglo XX. Es muy bueno repasar los acontecimientos, los nombres propios y las ideas de aquella epopeya, y creo que esa tarea está medianamente cubierta por el dossier que, a tal efecto, publicó la Revista Zoom.

Por eso, esta reflexión ha de recorrer otro camino: para nosotros, el legado del Cordobazo en la historia contemporánea de nuestro país implicó, como en tantos otros momentos, el alumbramiento de un nuevo sujeto social y político.

Si la gesta del radicalismo originario implicó el advenimiento de las clases medias dependientes, tal y como las ha retratado David Rock, el ascenso del peronismo reveló a los ojos de la Nación la presencia de una clase obrera de variadas tradiciones ideológicas y culturales, ignorada en las ideas y en los discursos de los dirigentes políticos de la época.

¿Y el Cordobazo? A nuestros ojos, el Cordobazo alumbró el bautismo de fuego de la juventud como actor político. Conversando con el historiador Enrique Carlos Vázquez, nos decía que, en los sesenta, Córdoba era una ciudad de jóvenes. Jóvenes estudiantes, que venían de otras provincias a estudiar en su docta Universidad. Jóvenes obreros, que se acercaban al polo dinámico del desarrollo industrial argentino. Jóvenes, en definitiva, poco dispuestos a tolerar la política de disciplinamiento del Onganiato. Detrás de dirigentes como Agustín Tosco, esos jóvenes fueron un sujeto protagónico en el Cordobazo, y en pocos años habrían de convertirse en actores decisivos de la política nacional.

Alguno me dirá que comerciantes, trabajadores y jóvenes no son objetos comparables. Que la juventud es sólo un tramo de la vida, del que naturalmente pasamos a la adultez. Que en la madurez -esto es, cuando ya no somos jóvenes- son otras las ideas, etc. En pocas palabras, que no se trata de un fenómeno perdurable en el tiempo, en la medida de perdurabilidad que tuvieron los sindicatos peronistas, por ejemplo.

Y tendría razón, en parte. Porque la dinámica de la juventud y el poder es, también, una constante: en la lucha de la juventud por integrarse a un sistema que se empeña en domesticar sus rebeliones existe una dialéctica permanente, irresuelta e insoluble.

¿Y entonces?

Sigo pensando que es verificable el surgimiento de un actor juvenil, de indudable gravitación social, cultural y política en la Argentina de fines de los años sesenta. Un actor que, como sus predecesores, era consciente -tal vez, demasiado- de hallarse en un momento instituyente de nuestra historia. Pudo existir antes o después, pero nunca como en las históricas jornadas que siguieron al Cordobazo, y que llevarían, en los años venideros, a verdaderas tempestades.

A esa juventud rebelde, salud.

Ezequiel Meler,

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